Otra ruta más en Svalbard, muy parecida a la anterior, salvo que esta vez nos acercamos a la cumbre del Sarcofagen, llamada así por su forma de sarcófago si se mira desde algunos puntos específicos.
Primera parte de la subida, igual que el día anterior
Este día yo me aburrí bastante, fue un paseo por el monte y encima por sitios en los que ya habíamos estado. Así que simplemente disfruté de la compañía y de las vistas.
En la cima de Sarcofagen con vistas a Longyearbyen
Nada más llegar a la cumbre, el perro que iba con el guía se echó una siesta genial. Nunca hay que desaprovechar los momentos de descanso 🙂
Nuestro amigo Bruno, el perro-guía
Un perro la mar de simpático
Y nada más que decir. La vuelta la hicimos por el glaciar Longyearsbreen, exactamente igual que el día anterior.
Mi “yo” maléfico maquinando planes malvados
Después de esta ruta tan light, nos quedamos con ganas de más y por la tarde aprovechamos a subir a una mina abandonada, que está cerca del albergue donde nos alojamos, supuestamente sin peligro de encontrar osos polares. Pero esa es otra historia.
La ruta que hicimos el primer día que estuvimos en Svalbard fue la que más me gustó. Porque éramos un grupo pequeño, la dificultad era un poco más alta que el resto de rutas, el guía era un personaje muy curioso y el paisaje que vimos fue bastante increíble. Fue una lástima que el tiempo no acompañase y una vez en la cumbre no viésemos nada más.
Panorámica “natural” de nieve y nubes durante la subida
Aunque puede parecer que estando tan al norte, debería haber nieve en todas partes y en todo momento, no es así. Toda la ciudad está despejada de nieve y es sólo en el momento que se empieza a ascender cuando ya se puede pisar.
La subida se hace por una lateral del glaciar Larsbreen, procurando evitarlo porque la masa de hielo que queda es bastante pequeña y frágil, gracias a nuestro amigo el calentamiento global.
Pero en fin, más adelante pisamos nieve, y bastante. La subida a la cima se hace prácticamente a derecho y sin duda lo mejor fue la bajada.
Subida infernal hasta la cresta del monte
Ya estando a la altura de la cumbre, la niebla nos envolvió por completo y dejamos de ver paisaje. Aunque estuvimos un buen rato esperando a ver si despejaba, el frío hizo que tuviésemos que bajar sin ver nada. El contraste de temperatura era bastante bestia, aunque solo salvamos unos 700 metros de desnivel, la diferencia de temperatura sería de unos 12 grados aproximadamente, llegando a estar bajo cero, de nuevo.
Caminando por la cornisa del Trollsteinen, bofetón asegurado a ambos lados
En la cumbre se me congeló el pelo
Durante la bajada, nuestro guía armado nos contó mil y una historias sobre la zona. Aclaro que para poder salir de la ciudad, es obligatorio llevar un arma por si se da el caso de encontrarse con un oso polar. No se suele dar el caso de haber encuentros hombre-oso, pero cuando los ha habido, ya os podéis imaginar quién salía perdiendo.
Nuestro guía con el rifle obligatorio cuando sales de la ciudad
Luz mágica en el valle del glaciar de Longyearbyen
Para el descenso, tomamos la ruta más directa por encima del glaciar Longyearsbreen, donde ya empezaba a hacer más calorcito y el hielo estaba algo derretido. Se podía bajar corriendo sin patinar.
Bajada corriendo por el glaciar
Resulta que en la parte más baja del glaciar hay un montón de piedras fósiles al descubierto. Por allí estuvimos un buen rato cogiendo algunas, eso sí, más pequeñas que las de la foto de debajo.
Piedra con cantidad de fósiles de hojas de árbol
Valle del glaciar justo antes de llegar a la ciudad
Y con esto y un bizcocho, llegamos de vuelta a la “civilización” donde nos esperaba una ducha de agua caliente.