Sólo un becario ICEX y muy pocos elegidos pueden asumir gastar una pasta gansa en un viaje que puede que no aporte nada. En el que vas a ir a una pequeña ciudad del norte (y tal vez sin nada de interés) que apenas tiene horas de luz, puede que haga un frío inaguantable, con una previsión meteorológica bastante mala, se haga una actividad que sea aburrida, e incluso el principal objetivo (ver la aurora boreal), sea sólo una remota posibilidad que depende de tantos condicionantes que resulte casi una misión imposible.
Y tras esta épica apertura de post, que no sirve nada más que para dar envidia a los envidiosos, paso a relatar la primera ruta en modalidad trineo de perros sobre nieve en la oscuridad de la noche. Y supongo que la última 🙂
Los perros preparados para tirar
Contratamos el paseo en perros con la empresa Lyngsfjord Adventure, descubierta a través de la web de turismo de Tromsø. Escogimos la opción de 7 horas porque la diferencia de precio era muy pequeña respecto a la de 3 horas y media. De este modo, sin saberlo, habíamos quitado uno de los problemas que no dejan ver la aurora boreal; el cielo nublado. Mientras en Tromsø el cielo estaba completamente nublado, la actividad se desarrollaba en un lugar a hora y media de la ciudad, muy cerca del punto en el que se unen las fronteras de Noruega, Suecia y Finlandia. Cerca de una zona llamada Harkinn y en los alrededores del río Finndalselva.
Los perros estaban muy acostumbrados a las personas
Muchos os preguntaréis por qué pongo esto como ruta y encima tengo la jeta de poner un track del GPS, si esto es un paseo en el que tu vas sentado tranquilamente en el trineo tirado por perros, mientras el guía te lleva por una zona con nieve. Ésa era la idea que teníamos nosotros también, pero cuando llegamos al lugar donde estaban atados los perros y los guías empezaron a explicarnos el funcionamiento del trineo, empezamos a cambiar de parecer. Pero, incrédulos de nosotros, todavía pensábamos que formaba parte de la explicación del entrenamiento sami de los perros que se supone que entraba dentro de la actividad.
Cuando los guías nos indicaron que teníamos que ir en parejas, uno subido sentado en el trineo y el otro en la parte trasera, ya nos dimos cuenta de la realidad; íbamos a conducir los trineos nosotros mismos. Entonces empezaron los nervios por no estar seguros de haber entendido bien las instrucciones.
Salvo el pequeño caos inicial, una vez cogido el truco, es muy fácil controlar la velocidad de los perros con el freno. Formamos una comitiva de seis trineos, estando el primero y el último llevados por guías.
Montados en el trineo y posando para la posteridad
Yo conduje la primera parte del recorrido, precisamente la que tenía más pendiente de subida, mientras el amigo Vaquero iba sentado plácidamente en el trineo. Lo de plácidamente es un decir, porque choqué el trineo contra unos cuantos árboles hasta que más o menos pude controlarlo decentemente. La verdad es que se merecía eso y mucho más. Si me quedaba montado en el trineo mientras subíamos una cuesta, los perros se paraban, así que directamente en las cuestas tenía que echar el pie a tierra y correr empujando el trineo para ayudar a los perros.
Afortunadamente luego intercambiamos los puestos y pude descansar mientras disfrutaba del paisaje nocturno sentado en el trineo.
Después de casi 2 horas de paseo, llegamos a una especie de campamento lapón, en el que nos sirvieron un guisado de reno típico de la zona para reponer fuerzas. El tentempié estuvo constantemente interrumpido por las salidas fuera de la tienda para poder contemplar la aurora boreal, algo que muy pocas personas en el mundo tienen la ocasión de ver y que difícilmente se podrá olvidar.